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MISERICORDIA QUIERO

Updated: Oct 5, 2020

“Yo soy la voz que grita en el desierto”

Juan 1,23



La historia cuenta que Bartolomé De las Casas (1484-1566) fue a las Américas para hacerse rico. Le habían adjudicado una encomienda que incluía indígenas y tierras, el sueño de todos los conquistadores. El joven encomendero tomó los hábitos de los dominicos y la vida parecía fácil y llena de oportunidades. Pero había algo que no era por completo de su agrado, aunque ni él mismo sabía exactamente qué.


Una tarde de 1511, durante la Misa, el padre Montesinos empezó a gritar a los feligreses, entre quienes se encontraba De las Casas. Montesinos no dejaba de llamarlos pecadores y advirtió severamente a todos los encomenderos de que el camino que estaban llevando les llevaría al infierno. El predicador les señaló que si no cambiaban, iban a ir al fuego eterno por torturar y asesinar a los indígenas, los cuales, según este revolucionario, eran también personas, “iguales a nosotros”, dijo, “con alma y sentimientos”: “¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”.


Montesinos predicó ante una audiencia hostil, la misma que pidió con éxito que fuera expulsado de América y enviado de vuelta España. Sin embargo, aquella tarde De las Casas entendió por fin lo que le disgustaba de lo que estaba haciendo. Bartolomé renunció a su encomienda y después de estudiar y reflexionar, dedicó el resto de su vida a defender las almas y los cuerpos de los habitantes originarios de América.


A lo largo de la historia ha habido decisiones que han marcado los destinos de los pueblos. Esa voz del Padre Montesinos, esa voz que gritó en el desierto como San Juan Bautista, corrigió el error en el que estaban empezando a caer muchos. Los que quisieron escuchar, cambiaron, y con su testimonio, cambiaron la mentalidad que empezaba a ser dominante.


En la historia ha habido grandes personajes, que se han convertido en hitos, en grandes referentes, en el caminar de la humanidad por la historia. Gobernantes, reyes, papas, santos, escritores, científicos, filósofos... Una larga lista de personas que, como profetas, marcaron tendencia y guiaron por el buen camino a la humanidad. A menudo empezaron siendo un pequeño grupo, pero fueron una luz tan formidable que recordaron la verdad que todos llevamos inscrita en nuestro corazón. En el caso de la eutanasia, tú que estás leyendo este escrito, estás llamado a influir; aquí y ahora, en tu entorno y con tu gente. No lo dudes, por insignificante que parezca tu aportación seguro que puede dar fruto. Atrevámonos a ser como esos grandes personajes de la historia. Es la hora de las minorías creativas.


Para finalizar esta serie de tres escritos sobre la eutanasia, quisiera compartir cuatro ideas por si te pueden servir.


Primero: La sociedad se fundamenta en el sentido social del hombre y la dignidad de éste radica en su ser personal. Pues bien, tan persona es el joven como el anciano, el sano como el enfermo. La vida humana es digna por sí misma y no en virtud de los condicionantes que le acompañan. Cuando la sociedad marca con exceso las diferencias personales entre persona "digna" e "indigna”, puede que llegue a negarse este derecho a algunos ciudadanos (el terrorista, el drogadicto, el enfermo incurable...). En este caso, asistimos al inicio de lo que configura el estado totalitario (recuerda el nazismo y el comunismo), donde no cuenta el individuo como tal, sino la colectividad o ciertos individuos en cuanto son los beneficiarios de esa situación. Cuando, precisamente, el Estado, que está al servicio de todos los ciudadanos, debe esmerarse en el cuidado de los más débiles, que son precisamente aquellos para los que se demanda la eutanasia.


Segundo: Hay peligro de abuso de poder por parte de las autoridades. La legalización de la eutanasia sería un abuso de poder, bien de las autoridades civiles o sanitarias. El gobernante tiende a eliminar aquellos casos difíciles en favor del orden, lo cual siempre se hace eliminando al débil, al que incomoda, al que genera un gasto “excesivo” (véanse las curas paliativas). Esa línea eutanásica sería un inicio sin fin.


Al venir el conflicto de conciencia, como estaría legalmente reconocida, ya se tendría la solución. El problema se soluciona de forma jurídica. Uno se sacude el problema de conciencia amparándose en el puro cumplimiento de la ley, y a por el siguiente. Esto ofrece una fácil justificación y acalla toda responsabilidad y, si aún quedara algo de conciencia, también el remordimiento.


Tercero: El valor pedagógico de la ley. Es decir, si el ciudadano ve que hay una ley a favor de algo, entiende que eso es bueno. Si ve que hay una ley en contra de algo, entiende que eso es malo. Entonces, queda claro que una ley a favor de la eutanasia estaría diciendo a la sociedad, y por ende a las generaciones futuras: “matar no es malo”. Rebasar esta línea roja sería demoledor, sería tirar a la sociedad por un precipicio.


Cuarto: Se resiente y baja el sentido moral de la sociedad. La supuesta legalización de la eutanasia significaría una pérdida del sentido moral de la sociedad. Cuando un pueblo dice que la vida de ciertos ciudadanos no es digna y por ello permite eliminarla, inicia un camino fácil, en el que se sabe cómo se empieza pero no cómo se acaba. Si un pueblo permite la aprobación de una ley de ese calibre, se comprobará un claro retroceso en la vida social y política de ese pueblo.


Nos puede ir bien recordar que el Estado ha de atender al "deber ser", a lo bueno para la sociedad. Eso le permite ir más allá de lo demandado por determinados grupos cívicos, pues debe respetar los "absolutos morales" entre los cuales se sitúa en primer lugar el respeto a la vida. Esto vale para el caso en el que algún ciudadano demande una ley a favor de la eutanasia.


A estos argumentos en contra de la eutanasia se asocian los diversos códigos de medicina. Así, por ejemplo, recuerdo que ya el Juramento de Hipócrates formulaba este deber del médico: "No daré ninguna droga letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso". Este imperativo ético tan antiguo se repite en otros Textos y Normas Directivas para el ejercicio de la medicina. Por ejemplo, el Código de Deontología Médica especifica el siguiente deber moral: "El médico está obligado a poner los medios preventivos y terapéuticos necesarios para conservar la vida del enfermo y aliviar sus sufrimientos. No provocará nunca la muerte deliberadamente, ni por propia decisión, ni cuando el enfermo, la familia, o ambos, lo soliciten, ni por otras exigencias" (art. 115).


Al riesgo de una mentalidad favorable a la eutanasia, alimentada por argumentaciones que conmueven la sensibilidad, la Iglesia, que subraya el derecho que tiene el hombre a una muerte digna, condena de continuo la eutanasia, es decir, "poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas", cualquiera que sean "los motivos y los medios".


Para acabar, nos vendrá bien inspirarnos en esos gigantes que son San Juan Bautista, el Padre Montesinos o Fray Bartolomé de las Casas, a los que les pudiera parecer que su voz se perdía en el desierto. Recuerda: tú también puedes ser esa “voz que grita en el desierto”.


Como propuesta, por si quieres saber y formarte un poco más sobre este tema tan actual, o tener información en formato pregunta-respuesta corta, aquí tienes un documento muy breve, pero completo y riguroso:



Si quieres saber lo que está pasando en Holanda, lee esto Además, para seguir formando tu opinión sobre cómo viven los enfermos las situaciones límite, este año una médico especializada en cuidados paliativos colaboró en nuestra web, con su experiencia sobre este tema en un artículo.


Feliz semana y que Dios te siga bendiciendo. :)


P. D.: Si te ha gustado el texto, dale al corazón que hay abajo a la derecha.

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