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DIARIO DE LA ESPERANZA - Día 64

“En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso”

Salmo 92,15



“Han pasado sobre nosotros una serie de tormentas, pero nosotros somos como entonces, niños sin ataduras con el mundo, con los ojos en busca de árboles floridos y de alegrías gratuitas. Han pasado los enojos y ha quedado la alegría, aunque empañada por la melancolía de las ausencias, que han sido numerosas, y por los descorazonamientos de algunos amigos que se han vuelto serios y miedosos, lamentablemente ajados por lo que han tenido que pagar por su excesiva prudencia”. Estas son las líneas del Padre Balducci, sacerdote italiano, sacadas de un pequeño libro suyo titulado Lettere di un’amicizia (“Cartas de una amistad”), en las que recuerda a algunos amigos también presbíteros.


Este párrafo de arriba muestra un talante especial. Hay personas que son como palmeras y cedros, que en su vejez conservan un verdor y una lozanía admirables. Siempre dan fruto. ¿Cuál es su secreto? Entre otros: tener ojos de niño, no cansarse de buscar, de descubrir, de sorprenderse, de sonreír. Estoy convencido de que, en parte, las personas que dan fruto es porque viven todo esto. Tener capacidad de asombro, de desinstalarse o de arriesgarse mantienen el alma joven. ¿Con tu edad, cómo vives estas cualidades? Que el paso de los años y las heridas del pasado no te hagan perder la ilusión: nunca te jubiles de la vida.


En la pandemia que vivimos estamos haciendo experiencia de un distanciamiento físico incomodísimo, diría que inhumano. Lo digo después de haber celebrado la primera Misa con pueblo después de dos meses, en nuestra fase 0.5. He tenido las mismas sensaciones que cuando empezaba la pretemporada en mi deporte. Era lo de siempre, pero me parecía raro el nuevo inicio: cambiarse, ponerse las zapatillas, la pista, las pelotas, los compañeros... Ciertamente nos habituaremos, pero desde aquí querría hacer una doble llamada: a la prudencia pero también a la normalidad. Por favor, recordad esto: que los geles, las mascarillas, las distancias y las otras mil prudencias, por otro lado necesarias, no nos hagan olvidar lo importante de lo que estemos viviendo o celebrando. Que nos miremos a los ojos, que no tengamos miedo de tener a una persona cerca o de acercarse “demasiado”. Paz, por favor, paz. El don de la calma en la mente y de la serenidad en la vida no es la sombría seriedad o grisura de quien tiene que defender un puesto en la carrera o el trabajo, no es el exceso de sentido común que es miedo e impide respirar libremente, buscar a través de caminos inexplorados o viajar por los grandes horizontes de la vida.


Para acabar, la propuesta de hoy va a ser pedir al Espíritu Santo el don de la paz y la serenidad.


No lo olvidemos: esto va a pasar y Dios está con nosotros.

¡Ánimo, que HAY ESPERANZA!


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Hasta mañana… Si Dios quiere. :)

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